martes, 10 de mayo de 2011
Los secretos del bosque
El bosque, desde la literatura medieval, es un lugar extraño y siniestro, una zona de transición, donde el héroe debe pasar distintas pruebas y afrontar peligros para acceder al don deseado. Al estar apartado de los lugares familiares, es normal que ocurran hechos fantásticos y sobrenaturales. En las novelas de caballerías y en los cuentos folclóricos, el bosque es una zona de transición previa a que se produzca una transformación del héroe. Además, el bosque es el refugio de ermitaños y forajidos, porque a su interior no llegan ni la civilización ni las leyes.
El árbol, símbolo esencial de toda tradición por Josep Riera
El árbol es uno de los símbolos esenciales de la tradición. Representa la vida del cosmos y equivale a la inmortalidad. Como elemento mágico, simbólico y dotado de poderes, el árbol tiene una gran importancia en prácticamente todas las culturas. Desde el árbol de la ciencia del bien y del mal del Génesis, pasando por los árboles de los druidas célticos, fundamentales en sus rituales y ceremonias; o el árbol de Guernica, o aquel junto al cual lloró Hernán Cortés cuando los mexicanos derrotaron a sus tropas, o la higuera maldecida por Jesús, o los que figuraban a la entrada del jardín babilónico, o el ‘Bodi’ (ficus) bajo el cual Buda alcanzó la iluminación…
Cada civilización ha tenido su árbol sagrado. En los Upanishades se dice que las ramas del árbol son el éter, el aire, el fuego, el aire y la tierra. Para el Zohar hebreo, “el árbol de la vida se extiende desde lo alto hacia lo bajo y el sol lo ilumina enteramente”. Fueron precisamente los hebreos quienes, en su Kábala, simbolizaron al hombre como el ‘árbol sefirótico de la vida’. En alquimia, el árbol de la ciencia se denomina ‘arbor philosophica’; y el mismo Ramón Llull creó el ‘Arbol elementalis’, cuyo tronco simboliza la sustancia primordial de la creación.
El árbol, símbolo esencial de toda tradición por Josep Riera
El árbol es uno de los símbolos esenciales de la tradición. Representa la vida del cosmos y equivale a la inmortalidad. Como elemento mágico, simbólico y dotado de poderes, el árbol tiene una gran importancia en prácticamente todas las culturas. Desde el árbol de la ciencia del bien y del mal del Génesis, pasando por los árboles de los druidas célticos, fundamentales en sus rituales y ceremonias; o el árbol de Guernica, o aquel junto al cual lloró Hernán Cortés cuando los mexicanos derrotaron a sus tropas, o la higuera maldecida por Jesús, o los que figuraban a la entrada del jardín babilónico, o el ‘Bodi’ (ficus) bajo el cual Buda alcanzó la iluminación…
Cada civilización ha tenido su árbol sagrado. En los Upanishades se dice que las ramas del árbol son el éter, el aire, el fuego, el aire y la tierra. Para el Zohar hebreo, “el árbol de la vida se extiende desde lo alto hacia lo bajo y el sol lo ilumina enteramente”. Fueron precisamente los hebreos quienes, en su Kábala, simbolizaron al hombre como el ‘árbol sefirótico de la vida’. En alquimia, el árbol de la ciencia se denomina ‘arbor philosophica’; y el mismo Ramón Llull creó el ‘Arbol elementalis’, cuyo tronco simboliza la sustancia primordial de la creación.
En la Edad Media, el árbol se asocia a relatos y epopeyas. Los bosques son lugares encantados y misteriosos. En los árboles habitan las dríadas, los gnomos y las hadas; en esos bosques vive sus aventuras Robin Hood, o deambulan los caballeros del rey Arturo, o se esconde junto a ellos el mítico dragón que roba doncellas. Jasón y sus argonautas irán a buscar el Vellocino de Oro colgado en el árbol de las Hespérides, protegido por la serpiente-dragón, quizás la misma que tentara a Eva con la manzana; esa manzana que Guillermo Tell pone en la cabeza de su hijo, o que la bruja malvada da a comer a Blancanieves…o la misma que caerá sobre la cabeza de Newton, haciéndole crear y describir la más poderosa de las leyes de fuerza natural: la gravedad.
Cuando miremos cualquier árbol, desde el más imponente y majestuoso hasta el de apariencia más sencilla y delicada, pensemos que son descendientes de aquellos que fueron consagrados en el santuario de Delfos, que asistieron inmutables a las iniciaciones de dioses y héroes; aquellos cuyas hojas cubrieron la desnudez de Adán y Eva o cuyas espinas sirvieron para confeccionar la ‘corona’ con la que los romanos torturaron a Jesús. Una corona que para otras culturas era de laurel y galardonaba a los estudiantes, a los ‘bacum laureatus’ (bachilleres)…
Para los celtas, los árboles sagrados eran el roble y la encina; para los escandinavos, el fresno; los germánicos adoraron al tilo y en la India el árbol por excelencia es la higuera. Griegos y romanos consagraron árboles determinados a ciertos dioses y semidioses. Hayas y encinas se adjudicaron a Júpiter, el laurel a Apolo, el mirto y el loto a Venus, el ciprés a Plutón, el narciso a Proserpina, la vid y la hiedra a Baco, el álamo a Hércules…y tantos otros…
Elemento imprescindible en los cuentos infantiles, símbolo de adoración para culturas arcaicas, cobijo de criaturas fantásticas y sede de hechos anómalos, el bosque ha simbolizado desde siempre el lado más oculto y oscuro del ser humano. Un lugar sombrío en el que sus árboles y senderos se convierten en guardianes de secretos y testigos de sucesos sobrecogedores. Nos sumergimos en sus misterios…
En el comienzo fue la naturaleza. Después el hombre. Y desde aquel primer instante, el ser humano aprendió a respetarla y a temerla. La naturaleza era quien le daba el sustento, pero también la que ocultaba a las criaturas que le acechaban constantemente, especialmente tras la llegada de la noche.
Y el ser humano se internó aún más profundamente en los bosques buscando lugares seguros en los que habitar. De esto hace 200.000 años y la imagen protectora y a la vez amenazadora del bosque sigue persistiendo en nuestro inconsciente colectivo. En su interior es donde se han situado las fechorías de personajes siniestros. No en vano el bosque es el lugar elegido por muchos criminales para cometer sus delitos o para intentar ocultarlos.
Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en Manuel Blanco Romasanta, el llamado hombre lobo de Allariz. Nacido en la localidad orensana de Regueiro en 1808, Romasanta comenzó su andadura criminal hacia 1844 en el pueblo de Rebordechao. Allí acabó con la vida de al menos siete mujeres y dos hombres. Sus víctimas contrataban los servicios de este buhonero para que les guiara a través de los bosques gallegos a diferentes destinos. Pero estos nunca llegaban a las ciudades acordadas porque Romasanta los mataba en el camino escondiendo los cadáveres entre árboles y matorrales, en lo más profundo del bosque.
Cuando fue detenido en 1852, juró haber cometido sus crímenes por el influjo de una maldición que le hacía convertirse en hombre lobo en las noches de Luna llena. Esa afirmación, la superstición de la época y el hecho de que los cuerpos de sus víctimas aparecieran con desgarros propios del ataque de algún depredador hizo circular la leyenda popular de que realmente aquel hombre decía la verdad.
Pero lo que Romasanta realizó fue algo muy común en el mundo del crimen: utilizar el bosque como refugio seguro a sus delitos. Aún no se sabe muy bien por qué, pero los bosques ejercen una gran atracción para los asesinos. Mientras la gente cotidiana los observa con temor, ellos lo ven como un aliado en potencia. Algo así como si los mecanismos normales de defensa heredados por el ser humano durante siglos frente a la naturaleza no existieran en sus mentes. Y de esta forma, de vez en cuando, surgen episodios como el protagonizado por Romasanta o por el también asesino en serie Andréi Chikatilo, quien acabó con la vida de unos 52 niños entre 1982 y 1990 en los alrededores de la ciudad rusa de Rostov. El lugar donde los acuchilló y escondió fue una vez más, el bosque.
En lo más profundo del bosque Ivan Rámila
Elemento imprescindible en los cuentos infantiles, símbolo de adoración para culturas arcaicas, cobijo de criaturas fantásticas y sede de hechos anómalos, el bosque ha simbolizado desde siempre el lado más oculto y oscuro del ser humano. Un lugar sombrío en el que sus árboles y senderos se convierten en guardianes de secretos y testigos de sucesos sobrecogedores. Nos sumergimos en sus misterios…
En el comienzo fue la naturaleza. Después el hombre. Y desde aquel primer instante, el ser humano aprendió a respetarla y a temerla. La naturaleza era quien le daba el sustento, pero también la que ocultaba a las criaturas que le acechaban constantemente, especialmente tras la llegada de la noche.
Y el ser humano se internó aún más profundamente en los bosques buscando lugares seguros en los que habitar. De esto hace 200.000 años y la imagen protectora y a la vez amenazadora del bosque sigue persistiendo en nuestro inconsciente colectivo. En su interior es donde se han situado las fechorías de personajes siniestros. No en vano el bosque es el lugar elegido por muchos criminales para cometer sus delitos o para intentar ocultarlos.
Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en Manuel Blanco Romasanta, el llamado hombre lobo de Allariz. Nacido en la localidad orensana de Regueiro en 1808, Romasanta comenzó su andadura criminal hacia 1844 en el pueblo de Rebordechao. Allí acabó con la vida de al menos siete mujeres y dos hombres. Sus víctimas contrataban los servicios de este buhonero para que les guiara a través de los bosques gallegos a diferentes destinos. Pero estos nunca llegaban a las ciudades acordadas porque Romasanta los mataba en el camino escondiendo los cadáveres entre árboles y matorrales, en lo más profundo del bosque.
Cuando fue detenido en 1852, juró haber cometido sus crímenes por el influjo de una maldición que le hacía convertirse en hombre lobo en las noches de Luna llena. Esa afirmación, la superstición de la época y el hecho de que los cuerpos de sus víctimas aparecieran con desgarros propios del ataque de algún depredador hizo circular la leyenda popular de que realmente aquel hombre decía la verdad.
Pero lo que Romasanta realizó fue algo muy común en el mundo del crimen: utilizar el bosque como refugio seguro a sus delitos. Aún no se sabe muy bien por qué, pero los bosques ejercen una gran atracción para los asesinos. Mientras la gente cotidiana los observa con temor, ellos lo ven como un aliado en potencia. Algo así como si los mecanismos normales de defensa heredados por el ser humano durante siglos frente a la naturaleza no existieran en sus mentes. Y de esta forma, de vez en cuando, surgen episodios como el protagonizado por Romasanta o por el también asesino en serie Andréi Chikatilo, quien acabó con la vida de unos 52 niños entre 1982 y 1990 en los alrededores de la ciudad rusa de Rostov. El lugar donde los acuchilló y escondió fue una vez más, el bosque.
Iniciados y brujas
Aún con estos ejemplos, el simbolismo más común con el que se relaciona al bosque es el de lugar de iniciación. Los árboles, la espesura que forman entre ellos, fue durante siglos el punto donde el hombre debía afrontar y vencer su miedo a la oscuridad, a lo desconocido, y donde se meditaba y se tomaban las decisiones trascendentales.
Grandes iniciados de la historia siguieron esta pauta, como Krisna, que vivió durante años en un bosque hasta que le llegó la iluminación, o Buda, que meditó largo tiempo bajo el árbol cruciforme de la vida, el llamado árbol bodhi que desde ese instante se convirtió en símbolo de la sabiduría para el budismo. El mismo Jesucristo tuvo que retirarse al monte de Getsemaní o de los Olivos para decidir qué hacer en sus últimos días de vida.
Estos grandes personajes no fueron los únicos que eligieron el interior de los bosques –fueran estos de la especie que fueran– para meditar y alcanzar unos conocimientos hasta entonces vedados a su mente. Muchos siglos después esa tradición la perpetuarían las llamadas brujas, principalmente en los bosques del norte peninsular. En tierras de Euskadi, Navarra y Aragón una nueva casta de mujeres adquirió su saber entre árboles y musgos. Ellas siguieron el postulado de los grandes iniciados y se refugiaron en la soledad de las forestas alcanzando una sabiduría reservada a unas pocas elegidas.
Para sus vecinos el bosque no era más que un espacio peligroso y misterioso. En la conciencia de estas herboleras se convertía en un lugar mágico al servicio del ser humano, un regalo de la madre Tierra.
También en su centro era donde celebraban los famosos akelarres convirtiendo a bosques como los de Zugarramurdi o Durango en nombres claves en la historia de la brujería. El primero por las famosas reuniones de brujas que se denunció sucedían allí, y el segundo por derivar a la postre en el primer auto de fe importante celebrado en España contra las “durangas”, las primeras brujas vascas.
Aquellas mujeres fueron perseguidas por una religión, la cristiana, que no comprendía que lo único que hacían era perpetuar la antigua adoración a los árboles y las plantas, adoración que procedía del inicio de los tiempos, cuando el hombre prehistórico observaba con temor cómo los árboles atraían los rayos que caían del cielo. Hoy sabemos que los bosques propician la aparición de tormentas, pero sus mentalidades primitivas sólo veían la caída de tremendas energías electromagnéticas, fuerzas extraordinarias a sus ojos.
Y así surgió la creencia de que también los árboles tenían vida propia, un alma; que todo formaba parte de un mundo animado. Es lo que el gran antropólogo José María de Barandiarán definía como animismo, que con el tiempo derivaría en el politeísmo, al considerar no sólo que los seres míticos poseían esa alma sino que también ostentaban una forma física animal, humana o mixta.
De esa manera surgieron los númenes de los bosques: elfos, trasgos, duendes, gnomos… El bosque, el árbol, la fuente tenían vida propia; pero en su interior actuaban seres misteriosos con apariencias precisas a los que se debían actuaciones favorables o desfavorables hacia el hombre.
Y también así surgió el culto al árbol. En la época de Plinio ya servían como templos y a algunos incluso se les vestía con armas, ropajes y atributos propios de las imágenes de los dioses. A los más importantes, como el “olivo de Minerva” en Atenas, o el “haya de Júpiter” en Roma, se les encerraba en muros que les protegían del mundo exterior.
Esa mezcla de religión, mitología y adoración a la naturaleza provocó la aparición de los primeros bosques sagrados, porque como el propio Séneca escribió: “Poblados de árboles añosos y gigantescos, cuyas ramas se entrelazan ocultando el cielo, ¿no sugieren la idea de que allí vive un dios?”.
La llegada del cristianismo acabó con tal visión. Las brujas del norte de España fueron las últimas en perpetuar esa veneración y por ello sufrieron persecución.
San Juan (Los mitos ascestrales y el culto a la gran madre)
Una teoría afirma que el nombre de Mayo se lo dieron a este mes los romanos, concretamente el mítico Rómulo, en memoria de la división que se hizo del pueblo entre “jóvenes y ancianos”; se supone que el nombre le vendría de “a majoribus”, de los ancianos. Sin embargo, este mes se había asociado desde la más remota antigüedad a las diosas Mari, Mare, Maia o Maya, de las que seguramente lo recibiría. Aunque tuvieran varias denominaciones -llámense también advocaciones-, todas ellas designaban a una divinidad única, la Diosa de las Aguas Primordiales, de donde los antiguos filósofos pensaban – y la Ciencia ha confirmado en nuestros días- que procedía toda fuente de vida.
A este mes siempre se le identificó con el heraldo de la primavera, quien la anuncia, porque la tierra al fin comienza a germinar. Al margen del nombre que haya recibido, la realidad es que estaba dedicado a las distintas diosas de la fecundidad, diosas Madre de todas las culturas arcaicas, como representantes de la genuina Madre Tierra, fuera cual fuese la forma de llamarla. Recibía culto en grutas subterráneas -en las que nunca faltaba una fuente, un arroyo o un manantial-, a modo de úteros de “la Madre” donde se desarrollaban las semillas y se enterraba a los muertos, pues no hay que olvidar que estos rituales nacieron tras la experiencia agraria del Neolítico, cuando se organizaron los anteriores mitos o creencias en seres superiores creadores de cuanto existía, y en otra vida más allá de ésta.
La actual representación de esa gruta o templo primigenio es la cripta de una iglesia o catedral. Generalmente contiene restos de alguna iglesia anterior mucho más antigua, a veces pagana, y suele tener un pozo o un manantial. Siguiendo la tradición, es esa cripta la que comunica el templo con la Madre Tierra, así como posteriormente sería la cúpula, el cimborrio, quien comunicaría el templo con el cielo. Esa Madre Tierra a la que representaban diosas que eran a su vez “agrarias”, divinidades del grano, de la fertilidad, y “funerarias”, divinidades del reino de los muertos, pues en su seno tenían cabida tanto las semillas de una nueva cosecha, como los difuntos en espera de “volver a renacer”, tal como renacían la Luna, el Sol y el cereal tras su desaparición.
Estas diosas, igualmente, eran una variante de la divinidad lunar, una especie de representación de la Naturaleza en su aspecto visible, material y femenino, que regía el ciclo de las mareas y del flujo menstrual. En un principio se las representó con forma de estelas de piedra o pilares, e incluso algunos investigadores piensan que también como menhires. En una primitiva mitología lítica existía la creencia de que la piedra es fuente de vida y fertilidad, que vive y procrea seres humanos del mismo modo que ella ha sido engendrada por la tierra. Tal vez provenga de ahí el mito de Deucalión y Pirra arrojando “los huesos de su madre” por encima de sus hombros para generar una nueva humanidad tras el diluvio.
El caso más conocido de representación lítica era el de la diosa anatolia Cibeles, a cuyo monolito se dio el nombre de “Metroón”, “diosa Madre Piedra”. También se las representaba como cipos ónfalo -diosa Onphalia-, considerados “centros de la tierra” o matrices del mundo. Hay tradiciones de dioses nacidos de la Petra Genetrix (“Piedra Generadora”) asociada a la Gran Diosa, y numerosos mitos prueban cómo se daba a la piedra la imagen arquetípica que expresaba a la vez “la realidad absoluta”, “la vida” y “lo sagrado”.
La forma de columna o pilar se vinculó al árbol sagrado -a su vez, relación cielo tierra-, posteriormente llamado “Mayo”, simbólico falo fecundador que se clavaba en tierra en el centro de la cosecha -una forma de favorecer la recolección- o en la plaza del poblado, que con los milenios se convertiría en el crucero celta de los caminos y en la cruz cristiana, que es para los fieles Árbol de Vida. También, en su dualidad, fue Árbol de Muerte en forma de “Picota”. Los museos arqueológicos están llenos de tallas paleolíticas o neolíticas más o menos rudimentarias en que se destacan los caracteres sexuales femeninos, que han sido bautizadas con el nombre de “Venus”, auténticas divinidades de cultos prehistóricamente matriarcales.
Cosechas rituales
En algún momento también quedó asociada la cosecha a un sacrificio cruento, del que nos han llegado las tradiciones del “Rey anual”, el “Rey sagrado” o joven amante de la diosa -Attis, Adonis, Acteón, etc.- que debía morir de forma violenta en una cacería, o sacrificado por “el rayo de la diosa”, labris -o segur- hacha de doble filo, que empuñaba la sacerdotisa, para ser luego despedazado, devorado y sus restos enterrados y llorados amargamente. La dinámica del ritual consistía en procesiones, banquetes y orgías en los campos para favorecer la cosecha divina -por medio de la magia simpática de los hechos humanos-. Finalmente el sacrificio, “el gran banquete sagrado” y el dolor desgarrador de las plañideras. La divinidad, conmovida por las doloridas súplicas, “devolvía” al joven al mundo de los vivos y el ciclo agrario comenzaba de nuevo.
No se consiguió erradicar la tradición “pagana” de las fiestas agrarias -que por otra parte han quedado grabadas en el imaginario de la colectividad-, así que, con menor o mayor éxito a la hora de quitarles contenidos en extremo “salvajes y primitivos”, quedaron convertidas en fiestas de primavera asociadas al entorno temporal de la Semana Santa, ya que no se perdió el sentido de “sacrificio cruento”: “juegos florales” con elección de “mises”, “reinas de las fiestas”, “mayordomas”, “damas de honor”, etc. y otras celebraciones de mayo en general.
De esta forma “el mayo” pasó a ser el árbol o palo alto -pino albar, álamo o chopo-, adornado con cintas, frutas, flores y otras cosas, que se pone en algunos pueblos en un lugar público, adonde durante el mes de mayo concurren los mozos y mozas a divertirse con bailes y otros festejos.
En otros lugares existe la figura de “la maya”, una niña a la que se viste galanamente el día de la Cruz de Mayo, para que pida dinero a los transeúntes o lo pidan por ella otras muchachas, mientras ella permanece sentada en una especie de trono. También existe la tradición de “los mayos”, que en unos sitios son ramos o enramadas que ponen los novios a las puertas de sus novias, o música y cantos que obsequian los mozos la noche del último día de abril, a las solteras del pueblo.
“Ya estamos a treinta de abril cumplido,
alegraos damas que el mayo ha venido.
Ha venido mayo bienvenido sea,
para que galanes cumplan con doncellas”
(“Mayo” popular de la provincia de Soria donde a plantar el mayo se llama “pingar el mayo”).
Algunos “mayos” resultan más inocentes:
“Ya ha llegado mayo,
el mes de las flores,
de las mariposas
y los ruiseñores”
(Popular toledano)
En algunos lugares -por ejemplo Canarias- “los mayos” son muñecos grotescos, también tradicionales, hechos con trapos, papel o paja que representan escenas de la vida cotidiana, vestidos con ropas viejas y de tamaño natural. Éstos están relacionados con otros que se hacen en Las Azores y Madeira, de significado mágico-religioso relacionado, cómo no, con las cosechas.
El Mayo y la Cruz
Al cristianizarse la tradición, “el mayo”, en ocasiones, se convierte en cruz y el rito en “la fiesta de la Santa Cruz de Mayo”. La tradición piadosa nos habla de Santa Elena, la madre del emperador Constantino “el Grande”, buscando apasionadamente en Tierra Santa la cruz en la que murió Jesús hasta encontrarla, cosa que supuestamente ocurrió el 3 de mayo del año 326.
En algún momento se decide celebrar esta fecha como evento cristiano y, de paso, se retoman tradiciones ancestrales para complementar las fiestas. Cuanto más ruralizado sea el lugar, más carácter agrario tendrán los festejos -y más connotaciones “paganas”-, habiéndose dado casos en que, desapareciendo las cosechas porque las zonas rurales se han convertido en urbanas, han desaparecido también las celebraciones populares.
Podemos decir que, salvo en estos casos, en España -y su ámbito de influencia- es tradicional la fiesta de la Cruz, y en general vienen a durar desde el 30 de abril hasta el 3 de mayo, día en que se celebra la culminación de la fiesta. En lugares donde la fiesta agraria de mayo, por las circunstancias que sean, no está vinculada a la cruz, pasa al día 15, San Isidro Labrador, patrón de las cosechas, cuya festividad se celebra también con procesiones de carrozas rebosantes de los frutos de la tierra, y niños que portan cestos con productos de la huerta para ofrendárselos.
No debemos dejarnos engañar por el santo madrileño. No sólo es “labrador”, “cultivador de la tierra”, sino que Isidro -o Isidoro- no es más que “don de Isis”, la diosa agraria egipcia, con lo cual resulta tan “fecundador” de los campos como el mismo “mayo”, que también es sustituido, en algunos lugares, por una “cucaña”.
La mujer y la serpiente
Decíamos antes que la diosa Madre tenía atributos. En un primer momento el principal fue la serpiente. La divinidad era Madre, pero también virgen, como la Tierra a la que representaba, un concepto posterior, del mundo patriarcal.
En el mundo arcaico dominado por las mujeres, éstas creaban de la nada una nueva criatura. No existía el concepto del padre fecundador, como explica Robert Graves en su libro “Los mitos griegos”. La mujer creaba una criatura “por su propia voluntad”, en todo caso fecundada por los vientos o las aguas.
El primitivo mito pelasgo de la Creación, cuenta que la diosa Eurínome nadaba en el nebuloso vacío; con sus movimientos ondulantes creó a la serpiente Ophión y con su trato engendró todo lo existente. Se convirtió en paloma y puso un huevo que, tras ser empollado, dio origen al mundo.
En este mito, Ophión se jacta de haber sido ella quien creó todo de la Nada, con lo cual ofende a Eurínome, quien le propina tal patada en la boca, que le arranca los colmillos. Según el mito, los pelasgos descendían de esos colmillos.
En esta tradición, así como en la bíblica, con Eva pecando por culpa de la serpiente del paraíso, los reptiles no quedan muy bien parados. Pero eso no fue así siempre. En el mundo “pagano”, generalmente, la serpiente era beneficiosa. Se la tenía por símbolo de la sabiduría, de la eternidad y de la regeneración. Era apreciada su astucia, se deslizaba por la tierra y reposaba en su seno. Cuando se sospechó un acto “fecundador”, se le achacaron a las serpientes muchos embarazos, sobre todo de personajes míticos. El sentido de regeneración y eternidad le vino dado por el hecho de dejar atrás su vieja piel.
Fue la mujer quien, con su capacidad de observación, imitó a la naturaleza reproduciendo artificialmente la cosecha espontánea, cultivando, dando culto a la tierra -he aquí la “moraleja” del mito hebreo sobre Caín y Abel, dar culto a la Tierra, cuando se tenía que dar a Yavé-, abriendo así el camino para un nuevo estilo de vida al que los historiadores han dado el nombre de “Revolución del Neolítico”.
En tiempos remotos, la serpiente era la compañera de la Gran Diosa, siendo abundantes las representaciones en las que figura llevándola en sus manos, o enroscada a su pierna izquierda. Más tarde, cuando la divinidad tiene a su hijo Dionisos “el Oscuro”, el que nace en una cueva, viene al mundo coronado de serpientes, uno de los emblemas de su madre.
La madre virgen
Maya, en la mitología árabe, era la madre de la Naturaleza y la Fecundidad; en la hindú, la madre Árbol, madre virgen de Buda; en la cultura mochica, también es la madre virgen. Para los romanos, según Ausonio, era la hija de Atlas y para los celtas era una diosa triple -la Luna en sus tres manifestaciones- que presidía los partos y otorgaba dones a los recién nacidos. Sus festejos se celebraban bajo los auspicios de la constelación del Toro, uno de sus atributos junto con el buey y la vaca: del 21 de abril al 20 de mayo.
Sea como fuere, en realidad todas ellas representaban divinidades agrarias simbolizadas en árboles, frutos, flores o, más tarde, imágenes de mujeres con un bebé en los brazos, a modo de Madres Trono de la divinidad masculina posterior. Al cristianizarse los ritos paganos, mayo pasó a ser el mes dedicado a María, siendo ella quién tomó el relevo de simbolizar a la Gran Madre como anteriormente lo hicieran Inanna, Isis, Deméter, Ceres, Cibeles, Ishtar, Astarté, etcétera.
Más simbolismos
El simbolismo de “la cucaña” es el mismo del “mayo”, sólo que su tronco está pulido. Lo más normal es que esté clavado en tierra, en posición vertical para ser escalado. En otros sitios -generalmente en zonas costeras como Asturias o la costa mediterránea-, se coloca en posición horizontal, sobre el agua, para mantener el equilibrio al recorrerlo. Recordemos que la diosa Maya era la diosa virgen de las Aguas Primordiales -fuente de vida como la Madre Tierra-, cuya advocación sería más tarde sustituida, en el cristianismo, por la de la Virgen del Carmen. Suele ser durante la celebración de sus fiestas cuando se juega a la cucaña. Para dificultar la prueba, el tronco se embadurna con jabón o grasa. En el caso de las cucañas verticales, en el ápice suele colocarse una rueda de carro -en la cual se cuelgan los premios-, una cruz o un jamón.
Durante mucho tiempo se creyó que de la vieja carcasa surgía una serpiente renovada, recién nacida pero con todas sus cualidades en activo. Nació así el mito serpentario de su sabiduría e inmortalidad que trascendió a los mitos cristianos, en donde el arcángel San Miguel la domina, apoderándose de esa sabiduría, o San Bartolomé sufriendo el martirio de ser despellejado vivo, con lo cual pasaba a su vez a ser “inmortal”, regenerado tras dejar a un lado su vieja envoltura. Pero ya en la Antigüedad, los faraones egipcios la portaban en sus coronas como símbolo de lucidez y, en última instancia, en el mito del Génesis, la serpiente sólo está compartiendo con la mujer “la ciencia”, esa ciencia que a su vez compartió ella con el hombre.
La Gran Madre: exaltación de la vida y la sexualidad
Por extraño que nos parezca, la celebración moderna del Día de la Madre no es un mero invento comercial sino que
tiene sus raíces en la antigua Grecia, con sus festividades consagradas a la diosa Rhea, madre de Zeus y otras
divinidades.
Remontándonos a nuestra época, en la Inglaterra del siglo XVII nos encontramos con el «Domingo del servicio a la
madre». En el cuarto domingo de mayo, los criados –que vivían en las mansiones de sus patrones ricos, generalmente
alejados de su casa familiar– recibían un permiso pagado para visitar a sus familias y honrar a sus progenitoras.
Suele afirmarse que el Día de la Madre, tal como hoy lo conocemos, se remonta a la petición de Ana Jarvis, una
norteamericana que perdió prematuramente a su madre y se obsesionó con la idea de realizar un homenaje en su
honor y el de todas las madres. Con este fin, escribió a políticos, maestros y religiosos para que la apoyaran en su
proyecto de celebrar un «Día de la Madre». Y, como consecuencia de su iniciativa, ya en 1910 todos los estados de
Norteamérica festejaban bajo esa denominación el segundo domingo de mayo (en el cual murió la madre de Jarvis),
una costumbre que se extendió prontamente a otros cuarenta países, animada siempre por los comerciantes. Mientras
en Europa este Día se conmemora el primer domingo de mayo, los mexicanos lo celebraron siempre el 10 de mayo y,
pese a la excesiva comercialización de la que se acusa a dicha festividad, la raigambre de la misma en este país
probablemente esté relacionada con la resonancia que tiene otra madrecita en lo profundo del corazón mexicano:
Coatlicue, madre de los dioses y de la Tierra. En cambio, en Argentina se celebra el tercer domingo de octubre,
porque allí –como en todo el hemisferio sur– éste coincide con mediados de la primavera.
Pero la auténtica pionera de esta celebración y aquélla cuyas motivaciones entroncan con el significado oculto de
esta fiesta fue Julia Ward Howe, creadora del «Himno de batalla de la República». Poco después de la fratricida
guerra de Secesión americana, en 1870, esta mujer escribió la proclamación del «Día de la Madre», sugiriendo que se
consagrase un día a celebrar la paz, y celebrándose encuentros anuales en la ciudad de Boston, en el estado de
Massachusetts. El suyo fue un llamamiento a las mujeres de todos los países para que se uniesen con el fin de traer la
paz al mundo.
En estos momentos por los que está pasando la humanidad, es muy importante volver a lanzar esa llamada,
dirigiéndola ahora no sólo a las mujeres, sino a todo ser humano que quiera abrir su corazón y unirse a la lucha por la
paz y la continuidad de la vida en nuestra Madre Tierra, una lucha hoy más necesaria que nunca.
Exaltación de la vida y la sexualidad
En esas mismas fechas y en otros tiempos no tan remotos, hombres y mujeres participaban en un ritual sagrado que
contenía el impulso hacia la regeneración de la Tierra. Significativamente, este ritual y otros de los que hablaremos
seguidamente, se realizaban en el mes de mayo.
Los celtas celebraban en la noche que va del 30 de abril al 1º de mayo el festival de Beltane. Ésta era una de las
cuatro festividades principales de su calendario sagrado lunar, siendo uno de los pivotes del año, junto a Samain, que
se celebraba en la noche del 31 de octubre al 1º de noviembre.
Se considera que esta era una fiesta dedicada al dios celta Belenos, aunque el experto celtista Jean Markale sostiene
que Beltane significa «fuego de Bel» (que es el nombre del gran dios de los caldeos) y se refiere a una idea de luz y
calor. En esta festividad se celebraban ritos relacionados con el fuego y con la sacralización de la vegetación
naciente.
Se creía que en esta fecha se abría una puerta «interdimensional» hacia la vida y la luz; de ahí que los rituales de
mayo tenían que ver con la exaltación de la alegría, la sexualidad, la fertilidad y la resurección. Por el contrario, en la
festividad opuesta de Samain se abría otra puerta que nos conectaba con el inframundo y las regiones del
inconsciente, por lo cual entenderemos que haya acabado relacionándose con la Fiesta de los Muertos, pese a que su
simbolismo original era una esperanza de que la semilla que se entierra en la oscuridad de la Tierra va a dar su fruto,
desprendiéndose de lo viejo, ya que todo final no es sino un nuevo comienzo.
Se plantaban ramas en los campos y en los jardines como una representación del ciclo continuo de la vida. Y también
se bendecían las cosechas y los establos. Tras la desaparición de la civilización celta, la poderosa influencia de las
dos grandes festividades de Beltane y Samain sobre los diversos pueblos europeos pervivió de muchas formas, dando
lugar a numerosas celebraciones populares y consagrándose finalmente esta fiesta agrícola como el «Día del
Trabajo».
Las brujas, que dieron continuidad de forma subversiva y distorsionada al culto reprimido de la Diosa, convirtieron
estas dos fiestas en sus dos noches sagradas, la de Walpurgis y la de Halloween.
Entenderemos mejor todo esto si recordamos que un tema central en Beltane era la liberación y exaltación de la
sexualidad, considerada como una energía regeneradora y vivificante. Durante esa festividad los integrantes de la
comunidad participaban en diversos ritos que desembocaban en una comunión sexual colectiva, liberando una
poderosa energía capaz de fecundar a la Tierra baldía. Éstos eran presididos por la unión sacramental entre la Gran
Diosa y su consorte el Dios Cornudo –más tarde demonizado por el cristianismo–, que eran encarnados por la
sacerdotisa del culto a la Diosa y por un hombre elegido.
El reino terrestre de la Diosa
El de Beltane era uno más de los antiguos rituales agrícolas asociados a la fertilidad de la Tierra, que en la
antigüedad se practicaban durante las mismas fechas en Sumer, Egipto, Creta y otras culturas. En todas ellas, una vez
al año, se realizaba el gran Misterio del matrimonio sagrado o hieros-gamos, que consistía en la unión sexual entre
una sacerdotisa y el sumo sacerdote, aunque en muchas ocasiones este papel lo asumía el rey.
Ese acto era sagrado y se ejecutaba siguiendo unos pasos precisos y un objetivo claro: la unión entre el Cielo y la
Tierra representados por el hombre y la mujer. Durante el mismo, el sacerdote (o el rey) debía permanecer estático y
era la mujer –personificando a la diosa– la que despertaba y rescataba al hombre-dios, llevándole al éxtasis sexual,
como forma de volver a vivificar la semilla que contenía su falo.
Este ritual de dar vida, de despertar, de traer a la luz lo que está muerto, dormido, inmerso en la oscuridad, lo vemos
reflejado en los mitos de Inanna y Dumuzi en la civilización sumeria, en los de Isthar y Tamuz en Babilonia, de Isis y
Osiris en Egipto, de Afrodita y Adonis en Grecia, de Cibeles y Atis en Anatolia. En todos ellos hay un elemento común:
el dios, tras morir, desciende a los infiernos, y la diosa siempre lo está buscando, encontrándolo finalmente y
despertándole de su sueño. Él sale renovado de ese proceso, en el cual ha tenido que morir para ser luego resucitado.
En un plano psicológico podemos interpretar este descenso a los infiernos como algo necesario para liberarnos de
nuestros aspectos reprimidos, lo que los junguianos llaman la Sombra. Por ello, el hombre ha de bajar al reino del
inconsciente y descubrir su naturaleza verdadera, para regresar a la Madre y renacer renovando la fuerza vital que
encarna.
La Gran Madre sigue viva
Todos estos símbolos perviven aún en la memoria de nuestro inconsciente colectivo y, aunque los cultos a la Gran
Madre fueron reprimidos y denigrados, en un principio por los adoradores de los dioses masculinos del patriarcado y
luego por el cristianismo, las señales de su presencia laten y se manifiestan aún entre nosotros. Unos pocos ejemplos
españoles nos bastarán para ilustrar esto:
En las numerosas romerías de mayo dedicadas a la Virgen, como la consagrada a la Virgen del Rocío que los
andaluces veneran como la «Blanca Paloma», existe la costumbre generalizada de sacar su efigie de su santuario o
cueva para llevarla a la orilla de un río, a los campos o a una iglesia, con la intención de que conceda su bendición.
En este mismo mes, los romanos sacaban de su templo a la diosa Cibeles y se la conducía al río Tíber para que
bendijera el agua que iba a regar los campos, tres días después de la resurrección de su esposo Atis.
Las fiestas de la Santa Cruz se celebran en torno al 2 ó 3 de mayo en localidades distribuidas por toda España. Pero
–como explica Juan G. Atienza– al contrario del sentido sacrificial que siempre tiene ésta en el contexto cristiano,
aquí la Cruz aparece como elemento lúdico, alegre y festivo. Recordemos que ésta es un símbolo por excelencia de la
unión entre el Cielo y la Tierra, el mismo misterio que se celebraba en Beltane y en otros antiguos festivales de mayo.
Un ejemplo nos permitirá ver la continuidad de su simbolismo primigenio: en El Berrocal (Huelva) los estandartes de
las dos cofradías que intervienen en la Fiesta de las Cruces muestran un gallo (símbolo de lo solar, lo masculino y la
resurrección) y una serpiente (que simboliza lo intuitivo, lo femenino y lo sexual).
Durante este mes nos encontramos en muchas localidades con la elección de la «reina de mayo», que es seleccionada
entre muchas jóvenes y durante todo el año siguiente representará a su pueblo; una costumbre en la que sin duda
tiene su origen la comercializada elección de misses. En las antiguas festividades de mayo, a la sacerdotisa que era
elegida para participar en la ceremonia del hieros-gamos se la consideraba la protectora de la vegetación y de la
continuidad de la vida.
San Isidro Labrador es el patrón de Madrid, elevado a los altares por los templarios y cuyo significado etimológico es
«don de Isis» (la diosa madre que hasta cuenta con un auténtico templo egipcio en la capital de España). En su
festividad del 15 de mayo los madrileños acostumbran acudir a «la fuente del santo» para recoger un agua que se
considera milagrosa, porque uno de los prodigios más frecuentes que se le atribuyen es que el agua surgía en
aquellos lugares donde éste hundía su vara. También a mediados de mayo, en la antigua Roma, las vestales –vírgenes
consagradas a la diosa Hestia– realizaban sus ritos para asegurar que durante el verano siguiente hubiese agua para
todos.
Renovando nuestro ser
En todos estos ritos existe una clave primordial: la exaltación de la alegría, la fertilidad y la comunión amorosa entre
todos los seres humanos. Además de esto, las festividades de mayo representan la apertura hacia lo femenino en su
aspecto de la Gran Madre que resucita, alumbra y transforma.
Los ritos primitivos no modificaban las costumbres de los individuos, sino que daban un sentido a su vida. Gracias a
ello, el quehacer humano cotidiano se vinculaba con lo divino. Sin embargo, las puertas que antes se abrían gracias a
estos ritos iniciáticos, también en nuestros días pueden servirnos en un nivel psicológico, numinoso o trascendente.
Si somos conscientes de las oportunidades cósmicas que representan estas fechas y bien de una forma individual o
colectiva realizamos nuestro pequeño ritual, ésta será una oportunidad para regenerarnos y dar luz a nuestros
aspectos sombríos, además de poder realizar el matrimonio sagrado que puede representar lo que Jung denominaba
la conjuctio psíquica o unión de los contrarios, con lo que conseguiríamos la renovación de la vida dentro de nosotros
mismos.
El arquetipo de la madre no sólo tiene que ver con dar a luz a hijos biológicos. Todos podemos incorporar en muchos
momentos de nuestras vidas a la Gran Madre. Quitar los rastrojos, preparar la Tierra y poner la semilla para que nazca
el fruto es un símbolo de la maternidad. También lo es el acto de ayudar a otro ser humano a salir de las zonas
sombrías en las que está apresado, «darle a luz». Y otro es cuando respetamos y cuidamos los árboles, los manantiales
y el aire que nos proporciona nuestra Madre Tierra, Gaia… Celebrar y vivenciar el Día de la Madre, siendo conscientes
de todo esto, puede ser una idea y un acto tan poderoso como necesario
San Juan (Culto divino a los arboles)
Durante mucho tiempo, en épocas antiguas, mayo fue el mes en el que se rendía un culto divino a los árboles y a la Naturaleza. Tan fuerte era ese culto, que hasta no hace mucho pervivió en bastantes pueblos de Europa el nombre de Mayo para designar al árbol protagonista del antiguo rito. Aún hoy en muchos lugares de España, sobre todo en aquellos con mayor pervivencia de la herencia celta, el Primero de Mayo es momento de celebración de este rito singular:
Los hombres salen durante la madrugada al monte. En algunos sitios, brillan las hogueras. Hay que elegir el árbol más alto. Hay que talarlo. Hay que arrastrarlo hasta la plaza mayor del pueblo, o, según variantes, cada joven elige uno para su casa. Una vez allí, pelado o no el tronco, hay que hincarlo en el suelo. Y el alma del árbol se yergue imponente contra el cielo; y fertiliza la tierra en la que se clava; y comunica a los mortales con el cielo…
Plantado el mayo, sujeta en su extremo más alto una recompensa, que bien puede ser un animal al que luego se dará buena cuenta en el banquete, los jóvenes comienzan los alardes de fuerza y habilidad para trepar por el tronco, muchas veces untado de resbaladiza manteca, con el objetivo de alcanzar el premio y, con él, quién sabe, la promesa de amor de una muchacha. Otras veces el árbol se adorna con cintas, flores y frutos, pero no se trepa por él, y sólo se baila a su alrededor.
La influencia católica hizo derivar los antiguos ritos en un alarde de sincretismo hasta la fiesta de la Invención de la Santa Cruz, en la que el árbol pasó a ser una cruz a la que se envolvía de flores y ramas. He aquí cómo el árbol fue hace tiempo un dios. Este rito contiene reminiscencias de las antiguas celebraciones celtas de Beltane, en honor al dios Belenos.
La fiesta de Beltane marcaba el inicio del verano. Se celebraba de noche, pues los días se contaban a partir de la puesta de sol, y no de madrugada. Se elegía una mujer para que representara una de las caras de la Gran Diosa celta. Era la Reina de Mayo.
En España hay lugares donde sigue celebrándose la elección de la Maya, una niña vestida de blanco y coronada de flores, práctica que fue prohibida por cédula de Carlos III; en Aragón, Mairalesa es el nombre que reciben aún hoy las reinas de las fiestas de primavera y verano.
Siguiendo el rito celta, la música y las danzas invitaban a la fertilidad de la Naturaleza, y la Reina de Mayo era simbólicamente fecundada por el árbol sagrado del mes (pues cada mes tenía uno, en la religión celta). Este árbol de mayo era el saúco. Pocos árboles existen con mayor tradición feérica y brujeril como el saúco. En Irlanda, los caballos mágicos -los palos de escoba- que montan las brujas son de saúco, y, sin embargo, muchas casas irlandesas lucen ante sus paredes saúcos que las protegerán de los rayos de tormenta. En algunos lugares se utilizan las ramas para hacer cruces que protegen casas y ganados.
Durante el festival de Beltane, además de recoger el rocío, también se recolectaban las flores del Saúco y se colocaban en las puertas: eran la mayor protección contra la magia negra. Su recuerdo pervive en las enramadas de algunos pueblos en la actualidad.
La expresión del poder de la vida
El 1 de mayo constituye la explosión de un nuevo ciclo cargado de vitalidad y potencia para la expresión del poder de la vida representado por la diosa, de hecho todo el mes de mayo estaba consagrado a la diosa como mes de las flores y mes de la madre y tomaba su nombre de una diosa de la naturaleza romana llamada “Maia” (Maya, en España).
La asociación de esta festividad con la fertilidad hace que se le atribuyan frecuentemente símbolos sexuales más o menos velados en representación de la copula cósmica entre el cielo y la tierra, origen de la fertilización que dará lugar al parto de Natura, la vida que estalla sobre los campos. Así pues uno de los símbolos más característicos es la vara de mayo, una vara o tronco adornado con hojas y flores en representación del falo celeste que fertiliza el vientre de la madre naturaleza. En algunas poblaciones de Europa existe aún la costumbre de que algunos jóvenes se provean de un tronco de árbol al que adornan a la usanza de la vara de mayo con guirnaldas llevándolos entre risa y algarabías hasta el pueblo, donde lo clavan verticalmente en la tierra; el simbolismo resulta obvio en relación con lo que acabamos de comentar: representa la fuerza celeste inseminando el vientre de la tierra para traer buenas cosechas y fertilidad sobre el pueblo en cuestión.
Así por ejemplo, en Lituania se acostumbraba a colocar un árbol verde a la entrada del pueblo, luego se escogía la muchacha más hermosa, se la coronaba y luego se la envolvía en ramitas de abedul, colocándola junto al árbol de mayo y bailando y cantando a su alrededor.
En la parte norte de Baviera se coloca un árbol Walber ante una cervecería y un hombre envuelto en paja baila a su alrededor, en otro tiempo se llevaba este árbol en procesión por las calles. En otros lugares se conserva la costumbre de azotar las piernas desnudas de las muchachas con pequeñas ramitas o con juncos, práctica que pretendía en la antigüedad evitar la mala fortuna y procurar la fertilidad; cabe señalar que tal práctica es realmente un activador erótico si se realiza con suavidad, al favorecer la circulación de la sangre y su irrigación sobre ciertas zonas.
El erotismo resultaba una parte natural de estas fiestas, junto con las flores y los frutos, las canciones y el vino que se elevaban como loas a la diosa.
No debe extrañarnos que en la mitología cristiana se haya conservado este mes como el mes de las flores puesto que realmente lo es, pero tampoco debiera extrañarnos que se le denomine el mes de María, dado que la imagen de María ha sustituido en la mentalidad popular aquellos puntos ocupados por la imagen de la diosa; pero aun así, el sentido intrínseco sigue invariable en sus más profundas raíces.
Una característica especial que ya hemos mencionado y que vale la pena remarcar es el nombramiento del rey o reina de mayo, precursores de celebraciones modernas en las que se suele escoger como reina de estas celebraciones a la mujer más hermosa del lugar; una especie de antepasado de las sensuales misses, pero con un contenido mucho más bello en significado pues la muchacha escogida lo era no como una mera alabanza de su particular ego, sino para que representara por un día o por un año a la misma diosa en la festividad.
La razón fundamental parece ser la hermosura, al menos en el caso de la reina de mayo; pero, según James Frazer, parece ser que en los casos en los que se escogía un rey de mayo, se realizaba a través de una serie de competiciones o festivales atléticos.
Podemos entrever aquí a una reina representativa de la diosa elegida para incorporar por un breve lapsus de tiempo su presencia entre los hombres, seleccionada por virtudes apropiadas a esta festividad, tales como la belleza, la dulzura y la juventud, y a un rey representado por el héroe que tras vencer las distintas pruebas merece compartir con la diosa reina los honores del día; todavía existen poblaciones donde se mezclan los dos tipos de concursos en fechas aproximadas a éstas.
Como ya hemos dicho, el 1 de mayo tiene entre los celtas una atribución ligeramente distinta aunque totalmente asociada al culto de la diosa. José María Castroviejo, en su obra ‘Apariciones en Galicia’, comenta:
“El 1º de mayo se celebra la gran fiesta de “Beltane” o del fuego de “Bile”, el gran dios, de hecho ambas celebraciones se superponían y las fiestas de “Beltane” se desarrollaron ya la víspera.”Bel” o Belem era un dios Céltico asociado a la luz y, por lo tanto al fuego solar extendiéndose por los campos reafirmando así la idea del renacer. Según “Ean Begg”, una imagen de este dios se encontró en Beaune en 1777, y la efigie de la diosa aparecía en el antiguo escudo de armas de la ciudad.
El monte Saint Michael, donde en otro tiempo se conoció a la virgen negra como Notre Dame du Mont Tombe , se llamó con anterioridad “Tombelen”, y parece ser que los cultos de Belem se hayan directamente asociado con un culto matriarcal a una diosa progenitora expresada como madre naturaleza, lo que nos lleva de nuevo a la madre de mayo. Exultante de la vida vegetal, las vírgenes negras fueron símbolo de esa diosa, posteriormente cristianizadas como representaciones de María.
Beltane: el más importante festival druídico
Otra de las características propias de Beltane como festival mágico de la fertilidad, era la de hacer pasar al ganado por los rescoldos de la hoguera mágica, con el fin de que este proceso aumentara su fertilidad incrementándose así el ganado y la riqueza del pueblo; el poder del mismo fuego se invocaba sobre las cosechas, a veces sembrando en los campos cenizas de hogueras. Tenemos al respecto de esta fecha una descripción de John Ramsay, señor de Ochtrtyre, amigo de Sir Walter Scott:
“El más importante de los festivales druídicos es el de Beltane, que hasta hace poco se observaba en algunas partes de la serranía con extraordinarias ceremonias, que se ejecutaban sobre collados y cerros; ellos pensaban que era degradante para aquel cuyo templo es el universo, suponer que morase en cualquier casa echa por manos humanas, hacía allá se encaminaban las gentes mozas por la mañana y hacían una zanja en la cúspide quedando formado un asiento de césped para la compañía y en el centro colocaban un rimero de leña o cualquier otro combustible que de antiguo encendía con Tein-Eigin, o fuego nuevo. La noche antes extinguían con sumo cuidado todos los fuegos de la comarca y a la mañana siguiente separaban los materiales para incrementar el fuego sagrado”.
Sigue Ramsay en su texto dándonos indicaciones de como encender el Tein-Eigin: “Se procuraban una tabla de roble seca en medio de la cual hacían un hueco, en algunos lugares tres veces, tres personas y en otro tres veces nueve se requerían para hacer dar vuelta del torno al taladro; si alguno de ellos había sido culpable de homicidio, robo o adulterio u otros crímenes atroces, se creía que o no podían hacer fuego o este no tendría la virtud acostumbrada. Tan pronto como empezaban a salir chispas por la violenta fricción giratoria aplicaban una especie de goma arábiga que crece en los abedules viejos y que es muy combustible, este fuego tenía toda la apariencia de haber salido recientemente del cielo y eran muchas las virtudes que se le atribuían”.
James Frazer, por su parte, señala la vinculación de sacrificios humanos a esta fiesta; probablemente dichos sacrificios se convirtieron en meramente simbólicos con el paso del tiempo. Como vemos en el ya mencionado texto de Ramsay, después de encender la hoguera con Tein-Eigin, la reunión preparaba sus vituallas y acababa la comida, se divertían bailando y cantando al rededor del fuego. Hacia el final del festejo la persona que oficiaba de jefe del festín presentaba una gran torta o bollo horneado con huevos festoneando el borde, llamada “Am-Bonach-Beal-Tine” (el gran pastel de Beltane). La dividían en cierto número de trozos y la distribuían solemnemente entre los reunidos; había un trozo especial y al que le tocaba en suerte lo llamaban “Cailleach-Beal-Tine” o el Carline de Beltane, palabra de gran oprobio. En cuanto lo sabían, parte de la reunión hacía el ademán de quererlo tirar al fuego, pero la mayoría se interponía y lo rescataban; en algunos lugares a la persona que le tocaba este trozo la tendían en el suelo y hacían como si le descuartizaban, después le apedreaban con cáscaras de huevo y el afectado retenía el apelativo odioso hasta el siguiente año. Mientras la fiesta estaba todavía en boca de las gentes, hablaban del “Cailleach-Beal-Tine” como de un muerto se tratara.
Las fiestas celtas Roberto Rosaspini Reynolds (*)
El calendario druida estaba basado en las fases de la luna, por lo que cada mes contaba con una mitad positiva, luminosa y ascendiente, que correspondía a la luna en cuarto creciente y llena, mientras que la mitad oscura, decadente y negativa se correspondía con las fases de luna menguante y nueva; de la misma forma, durante el período brillante se llevaban a cabo los conjuros y hechizos de magia blanca, mientras que las ceremonias secretas de magia negra tenían lugar en las fases oscuras.
Cada uno de los meses del año, 12 en total, tenía asignada una letra del alfabeto Ogham, y estaba consagrado a un árbol o planta determinada, a la cual se veneraba durante este lapso.
También conocían la duración y división del año solar, es decir el tiempo que tarda la tierra en recorrer su órbita alrededor del sol, y lo aplicaban para recomendar a su pueblo las fechas para la siembra y la cosecha de los distintos productos agrícolas.
Para compensar la diferencia entre el año solar y el lunar, los druidas establecieron la inserción entre abril y mayo de un mes extra de 30 noches cada tres años (el registro del tiempo se llevaba en función de las noches, y no de los días). Al igual que meses, los años también contaban con una mitad oscura y una brillante; la primera de ellas comenzaba inmediatamente después de la última noche del año, el primero de noviembre, con la fiesta de Samhain (Samhuyn), de la que proviene la actual festividad de Halloween. Samhain fue originariamente una festividad de los muertos, celebrada durante la última noche del año druídico, es decir, la del 31 de octubre, precedente al Día de Todos los Santos. Hasta épocas relativamente recientes, en muchas partes de Europa existía la creencia -probablemente originada en esta festividad celta- de que en la noche de Samhain, las brujas y hechiceros efectuaban sus peores conjuros, y se encendían grandes fuegos para mantener lejos de los hogares a los espíritus malévolos. Es la festividad opuesta a la de Beltayne, ya que en ella se escenifica el encierro del ganado para el invierno, y se encienden simbólicamente los fuegos del hogar.
Posteriormente, a partir del siglo XVll, el cristianismo fue incorporando aportes propios, y la fiesta de Halloween se transformó en un festejo infantil, en el que los niños recorren las casas vecinas, disfrazados de duendes, a solicitar golosinas.
La fiesta de Beltayne (Beltuin), era el primero de mayo. Era una festividad consagrada al dios Belenos y a la Madre Suprema, o Señora del Bosque. Literalmente significa “el fuego de Bel”, se conmemora durante la noche del 31 de abril al primero de mayo, y un homenaje de agradecimiento a los dioses familiares, por haber protegido los fuegos del hogar, como así también un augurio de primavera.
Es una fiesta característica de los pueblos agrícolas y pastoriles, ya que llega la fecha de la siembra y de sacar las manadas a pastar. En Alemania y algunos países anglosajones, la noche previa se conmemoraba la Noche de Walpurgis, en que se intentaba conjurar a los seres malignos que se reunían en las colinas elevadas. Los romanos asimilaron Beltayne con las Laridae, es decir, sus propias fiestas en honor a los dioses lares, protectores del hogar.
Las otras dos fiestas importantes de carácter religioso y comunal,
que se intercalaban entre estas, eran: Ymbolc (Imbolc), el primero de febrero. Se representa en la actualidad, en Irlanda, como la fiesta de Santa Brígida o Brigantia, y en el resto del mundo católico por la Calendaria. Es una fiesta de purificación y recogimiento a comienzos del invierno. Y, por último, la fiesta Lugnasad (Lughnassadh), el primer día de agosto. Se celebraba en conmemoración de las bodas del gran dios Lug en Irlanda, que aún se festeja en muchas aldeas y pueblos de este país.
El día de Beltayne, primero de mayo, se iniciaba entre los Irish Gaél un mes de libertad sexual, denominado Cyann, festejando la unión entre el gran dios Cernunnos, representado con una gran cornamenta de ciervo, y la Madre Suprema, la Tierra. En este período, los jóvenes podían formar parejas tentativas, que duraban un máximo de un año y un día, y al cabo de ese tiempo, debían ser refrendadas si deseaban continuar unidos; si la experiencia no era satisfactoria, cualquiera de los dos podía negarse, ya que, de allí en más, el matrimonio se convertía en permanente.
En sus relaciones de pareja, los celtas daban prioridad a la familia por sobre toda otra consideración, y no concedían demasiada importancia a la virginidad; se estimulaba la actividad sexual entre los jóvenes, especialmente durante la festividad de Cyann, y consideraban a los niños gestados durante este lapso como protegidos de los dioses.
Según la tradición, los responsables de despertar las inquietudes sexuales entre los jóvenes eran las sidh (hadas) y los leprechauns (duendes o elfos), quienes los incitaban a marchar hacia el bosque y pasar allí los días juntos. Durante este período, las mujeres vestían de verde claro, un color que la tradición asignaba a las vestiduras de las hadas, y los jóvenes de verde oscuro, el tono tradicional de los leprechauns, pero a partir del siglo VI d. C., los evangelizadores cristianos comenzaron a difundir la especie de que el verde era de mala suerte, en un fútil intento de que los jóvenes, especialmente las muchachas, abandonaran esa actitud promiscua que, por supuesto, no era bien vista por la Iglesia Católica.
Las fiestas anuales
Además de la división del año en cuatro períodos, los druidas contaban, también, con otras dos mediciones cronológicas de mayor duración: el Ciclo Estelar, que se reiniciaba cada 46 meses lunares (19 años), y la Era Druídica, que abarcaba 630 años. Todas estas mediciones tenían como punto de partida la fecha de la batalla final de Mac Tuireagh, día en que los Thuatha Dé Danann vencieron definitivamente a los invasores formoré.
Entre las festividades no-programadas, cabe mencionarse un rito sacrificial Irish gaél, practicado en la coronación de los reyes, y cuyas características lo hacen muy semejante al ritual hindú del sacrificio del caballo (asvhamedha), por que algunos autores sugieren la existencia de una rama común muy antigua entre los celtas y los hindi.
El historiador eclesiástico Giraldus Cambrensis (c. 1180-1230) describe este ritual, rescatado, según sus palabras, de la tradición oral de los reinos del norte de Irlanda, llevado a cabo durante la coronación de los reyes, en el que se incluye el sacrificio de una yegua blanca. “…Al comienzo de la ceremonia -relata el narrador- el futuro rey simula una cópula simbólica con el animal, que luego es sacrificado y hervido, y el heredero al trono se baña en el caldo, bebe de él y come la carne de la yegua. De esa forma, el rey obtiene la fertilidad necesaria para asegurar a su pueblo un heredero varón, a la vez, que se compromete con los dioses a procurar la prosperidad de su pueblo, y a que si actúa en forma injusta, la cólera de los dioses caerá impiadosa sobre su persona”.
Esta interpretación parece reafirmarse con el concepto de los celtas insulares de que la soberanía de un rey es, en sí misma, una diosa, a la que el rey debe desposar, a los efectos de asegurar el bienestar de su pueblo. Esta noción, a su vez, puede haberse originado en una creencia
muy antigua de las comunidades shamánicas ancestrales, según la cual
es necesaria la unión entre un dios tribal con la Diosa de la Tierra, del Agua, como fuente de fertilidad. Estas evidencias tienden a sugerir que, al menos entre los celtas insulares, los reyes poseían cierta condición sagrada, y que se preocupaban seriamente por el bienestar y la prosperidad de sus pueblos.
En un pueblo belicoso y expansivo como el celta, no es de extrañar que gran parte de las festividades, incluso las de raigambre pastoril, se festejaran con demostraciones de exuberancias físicas, donde no faltaban las exhibiciones de fuerza y las competencias de resistencia al alcohol, en las que se ingerían ingentes cantidades de cerveza de malta, hidromiel.
Festividades celtas que aún perduran
Un ejemplo de la perdurabilidad de las costumbres y tradiciones celtas hasta nuestros días es el festival de Eisteddfod, término derivado del gaélico eístedd: “sentarse” y fod: “reunión” o “competencia”.
Aunque algunos autores niegan su aparición antes del siglo VII, existen evidencias para suponer que estas reuniones de bards (bardos) se realizaban ya en el siglo IV, aunque, probablemente, al principio hayan estado circunscritas a los bardos iniciados, y no pudiera participar de ellas el común de la población, como sucedió más adelante.
A partir del siglo VII, en la región de Gales, al sudoeste de la mayor de las Islas Británicas, Eisteddfod comenzó a convertirse en una reunión abierta, destinada a promover las tradiciones y la lengua galesa a través de interpretaciones competitivas de drama, música y poesía, hasta que, a fines del siglo XIII, Eduardo l, Rey de Inglaterra, provocó una verdadera masacre en la comunidad de los bardos, por temor a su acendrado nacionalismo.
Sin embargo, tres siglos después, hacia fines del 1500, Isabel 1 de Inglaterra cobró un repentino interés por Eisteddfod y, gracias a su mediación, los festivales fueron restablecidos a partir del siglo XVII, bajo patronazgo real. Las competencias, ahora de alcance nacional e internacional, decayeron durante el siglo XVlll, pero un renovado interés en el druidismo y el misticismo revivió la tradición en el siglo XlX. En la actualidad, Eisteddfod aún se reedita año tras año, poniéndose un especial énfasis en la conservación de la pureza de la lengua galesa.
Tradiciones y costumbres en Europa
En la República Checa el primero de mayo está considerado como el día del amor. Además, para nuestros antepasados el inicio del mes de mayo significaba la llegada de la primavera, época en la que la naturaleza despierta bajo los calurosos rayos del sol. Por ello, con esta fecha se vinculan numerosas tradiciones, costumbres y canciones populares que se han conservado hasta la actualidad.
Las festividades del primero de mayo se inician en la noche del 30 de abril, fecha vinculada con la tradición de la quema de brujas, pues, se creía que esa noche las brujas se reunían en las cimas de las colinas y las encrucijadas de los caminos para hacer el mal a la gente y a los animales domésticos.
Se decía que las brujas son capaces de causar frío para destruir las plantas y los árboles florecientes. También se decía que a consecuencia de su magia las vacas pueden dejar de dar leche y los animales domésticos pueden enfermarse. Se creía que las brujas chupaban el agua de las hojas de las plantas hasta secarlas.
Por esa razón, lo típico era protegerse a sí mismo y a los animales domésticos ante la influencia maligna de las fuerzas del mal. Las amas de casa echaban el 30 de abril agua bendita en las habitaciones y pintaban cruces en las puertas de sus casas.
Mientras tanto, los hombres se reunían en las plazas de las aldeas donde disparaban de escopetas y daban latigazos para asustar a las brujas y obligarles a marcharse. Así nos explicó Jirina Rákosníková, profesora de la secundaria Arzobispal de Praga y gran conocedora de las tradiciones populares checas.
La quema de brujas
“El dominio de las fuerzas malignas se prolongaba toda la noche y terminaba con la salida del sol. Por este motivo la gente se empeñaba por entretener con pequeños trucos a las brujas que supuestamente andaban al acecho alrededor de la casa. Por ejemplo, los campesinos solían poner paja o césped en la entrada de las casas y de los establos, suponiendo que la bruja se pondría a contar todas las cañas depositadas en el lugar. Con este mismo objetivo se ponían ante la puerta también varitas con espinas”. En esa noche también se encendían grandes hogueras en las cimas de las colinas más altas para que pudieran ser vistas desde lejos. El lugar era rigurosamente determinado por cada aldea y era imposible cambiarlo. La hoguera, que se dejaba preparada con antelación, era sumamente vigilada para que nadie la prendiera o se llevara la leña, explicó Jirina Rákosníková.
“La costumbre de la quema de brujas sigue siendo muy popular en toda la República Checa hasta hoy en día. Alrededor de las hogueras se reúnen los habitantes de las aldeas, sobre todo jóvenes que cantan, bailan y saltan la fogata. Era, y es hasta hoy, una buena oportunidad para reunirse con los vecinos y festejar”.
La profesora Rákosníková sostuvo que, según la tradición popular, la noche del 30 de abril era también un momento oportuno para salir al bosque en búsqueda de tesoros. Sin embargo, había que tener mucho cuidado para no caer en la red de las brujas. “Para este fin, uno tenía que portar una ramita de helecho, a la que los checos de antaño siempre le habían atribuido poderes mágicos. Se necesitaba traer también una tiza bendita y una hostia. Supuestamente estas tres cosas garantizaban protección ante las fuerzas malignas”.
La tradición de encender hogueras en la época primaveral tiene sus raíces en los antiguos rituales celtas. No obstante, en aquella época las hogueras no tenían nada en común con las brujas, sino que simbolizaban la unión del hombre con la naturaleza y, sobre todo, la llegada de la temporada más agradable del año. El fuego y el calor eran símbolos de una época fructuosa y de una rica cosecha.
Más tarde, con la llegada del cristianismo, la fecha del primero de mayo fue consagrada a los apóstoles Felipe y Jacobo; probablemente para que los santos protejan al hombre de las fuerzas malignas. Hay quienes opinan que de esa manera la Iglesia Católica pretendía sustituir un ritual pagano por una fiesta cristiana.
Otro de los métodos de cómo protegerse ante las brujerías, utilizado en la época romana, era colocar arbolitos verdes en las fachadas de las casas. Poco más tarde surgió la costumbre de plantar abedules en los jardines de las viviendas. Los denominados “árboles de mayo” se colocaban ante las iglesias y los ayuntamientos ya en el siglo XIII.
Sin embargo, en el siglo XV los jóvenes del campo empezaron a plantar abedules en los jardines de sus enamoradas. Se trataba de proteger a la joven ante las fuerzas malignas y a la vez servía como señal de amor. Y puesto que se trató de una expresión de amor pública, levantar un árbol de mayo representaba para el muchacho un serio compromiso con su amada. El Tribunal Eclesiástico Checo proclamó incluso en 1422 que tales expresiones románticas tienen que ser concebidas como una promesa legal de matrimonio, de manera que la costumbre de plantar árboles de mayo perdió un tanto su popularidad.
Plantar árboles
La tradición de plantar los árboles de mayo en estas fechas se conservó hasta la actualidad y todavía se practica en las pequeñas aldeas checas. La tradición se divide en tres categorías:
La primera, la principal, se refiere a los árboles de mayo que coloca un muchacho ante la ventana de su amada como símbolo del amor. Los jóvenes suelen competir para ver quién pone el más bello y adornado.
La segunda categoría se refiere a los “mayos” que colocan los jóvenes a las muchachas para expresarles su amistad. Y la tercera categoría comprende a los árboles de mayo que se levantan en la plaza o en el lugar céntrico de la aldea.
Sin embargo, para que un árbol de mayo sea colocado se necesita derrumbar un árbol bonito, ramificado y con tronco recto, lo que nunca fue visto con buenos ojos. Ya en el siglo XVII los órganos administrativos locales prohibían derrumbar abedules en muchas partes del territorio del país.
Según la tradición, el árbol de mayo debe ser plantado por muchachos la noche del 30 de abril al primero de mayo. Para ello es necesario quitar la corteza del tronco y adornar la copa del árbol con pañuelos bordados y cintas de los más diversos colores. Siempre se le ha dado preferencia al color rojo por simbolizar el amor.
“En las ramas se cuelgan también botellas con vino y debajo de la copa se coloca una corona hecha de ramas de pino. En muchas regiones los jóvenes compiten para ver quién subirá hasta la copa del árbol y logrará quitar de ahí una cinta de colores o un pañuelo. Tomando en cuenta que el tronco está completamente liso no se trata de una cosa fácil”, dijo Jirina Rákosníková.
La fiesta del árbol de mayoLos modos de adornar el árbol de mayo varían de acuerdo a la región. Por ejemplo, en la región de Náchod, Bohemia Oriental, el tronco del árbol suele ser tallado y en la punta del árbol se coloca una rama de flores. En algunas regiones los mayos se adornan también con manzanas y nueces doradas.
En la región de Pilsen, en Bohemia Occidental, el árbol de mayo se coloca en el techo de la casa, mientras que en la localidad de Nový Bydzov, Bohemia Oriental, se instala en el portal principal. Además, en esa región el número de árboles de mayo tiene que corresponder al número de muchachas que viven en la casa.
“El árbol de mayo más común, que suele situarse en el lugar principal de cada aldea, es siempre estrictamente vigilado por los muchachos para que no les sea robado por habitantes de las aldeas cercanas. El robo de su árbol significaría para ellos una gran vergüenza”, dijo la profesora Rákosníková.
En muchas regiones del país se organizan funciones teatrales que tienen por tema el robo del árbol de mayo. Los muchachos de la aldea “X” suelen ser concebidos siempre como los más tontos e incapaces, mientras que los personajes que representan a los muchachos locales suelen destacar por su habilidad, prudencia y altas cualidades físicas y morales.
El acto de plantación del árbol de mayo está vinculado siempre con fiestas y bailes. Junto al árbol suelen reunirse todos los habitantes de la aldea para festejar. El lugar se convierte en un centro de encuentros. Música, diversión y desfiles folklóricos acompañan también el derrumbe del árbol que tiene lugar el último domingo del mes de mayo.
Árbol de mayoEl derecho de derrumbar el árbol de mayo lo tenían generalmente los dos muchachos más destacados de la aldea y era considerado como una especie de honor. Las cintas de colores y los pañuelos con los que estaba adornado el árbol en algunas regiones se subastaban y con el dinero recaudado se compraba cerveza y vino para todos.
Cada año las fiestas primaverales cambian el rostro de numerosas aldeas checas.
“El árbol es considerado como uno de los símbolos de la vida. En el campo los árboles de mayo simbolizan la llegada de la primavera y la unión del hombre con la naturaleza. Está vinculado con la alegría profunda del hombre, es decir, de que la naturaleza se despertó después del invierno, de que los pájaros cantan, de que todo florece y de que la vida continúa”.
Según la profesora Rákosníková, la costumbre de plantar los árboles de mayo goza de popularidad en toda la República Checa, lo que testimonia que también en la época moderna la gente siente la necesidad de reunirse con sus amigos y vecinos para conversar, festejar y divertirse. “El empeño del hombre por la belleza, el amor y el contacto con el prójimo permanecerá entre nosotros eternamente”.
El mes de mayo está vinculado también con algunos pronósticos ligados al onomástico de algunos santos. Por ejemplo, uno de los más propagados y populares dice que si durante los días de los santos Pancracio, Servacio y Bonifacio hace frío, el verano será caluroso y la cosecha rica. Inmediatamente después de las fiestas de estos tres patronos sigue Santa Sofía. Según cuenta la leyenda, hasta la fecha el cielo llora por el destino de aquella mártir. Si ese día llueve, durante el año no habrá escasez de agua y la cosecha será buena. La tradición popular asegura, además, que contraer matrimonio en mayo trae mala suerte y puede ocasionar la muerte de la novia en un plazo de un año. Mientras tanto, todos los niños nacidos el mes de mayo deberían desarrollarse bien y gozar de buena salud.
La llegada de la primavera y el fin del invierno, o según el simbolismo popular, la victoria de la vida sobre la muerte, fue motivo de festejos no sólo para nuestros antepasados, sino también para la gente moderna. Pese a que el hombre civilizado ya no depende de los caprichos del tiempo y de los cambios de las temporadas del año, la primavera causa también hoy gran alegría a todos.
Por ello no hay que extrañarse de que los antiguos rituales y costumbres populares vinculados con el mes de mayo siguen formando parte de la vida actual.
Efemérides del mes de Mayo
1 de mayo Día Internacional del Trabajo (en recordatorio de los asesinatos de los huelguistas en Chicago (EE.UU.). Festivo en la mayor parte de los países del mundo.
El primer martes de mayo se celebra el Día Mundial del Asma.
En España, el Día de la Madre se celebra durante el primer domingo, mientras que en algunos países de Latinoamérica se celebra el segundo domingo. En México se celebra este día el 10 de mayo y en los pueblos del Caribe (República Dominicana y otros) es celebrado el último domingo de este mes.
2 de mayo Duodécimo día de Ridván. Fiesta sagrada en el calendario Badí.
En Madrid el 2 de mayo se conmemora el alzamiento del pueblo madrileño contra la invasión francesa, así como el Día de la Comunidad. Las celebraciones se realizan en las plazas del Dos de Mayo y de las Comendadoras, en pleno centro de la capital.
En Argentina el 2 de mayo se conmemora el aniversario del hundimiento del Crucero General Belgrano en la Guerra de Malvinas.
En México el 5 de mayo se conmemora la Batalla de Puebla, en la que el pueblo de México lucha contra la invasión francesa.
El 15 de mayo se celebra en Madrid la fiesta de San Isidro Labrador. Cuentan que mientras el Santo dormía, un ángel terminaba de arar el campo. Los festejos que se celebran en estas fechas son muy numerosos; recitales, conciertos, certámenes y exposiciones, así como una gran feria taurina…
El 21 de mayo se celebra en Chile el Día de las Glorias Navales, al recordarse el Combate naval de Iquique, durante la Guerra del Pacífico.
El 25 de mayo se celebra en la Argentina el aniversario de la Revolución de Mayo, y la creación del primer gobierno patrio.
El 31 de mayo se conmemora en la Argentina la firma del Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, realizada en 1852 que fue el antecedente inmediato de la Constitución Nacional jurada al año siguiente en la ciudad de Santa Fe.
En muchos países de Europa se celebraba tradicionalmente la llegada de la Primavera mediante las fiestas mayales, por lo general coincidiendo con el primer domingo del mes.
Bajo el Antiguo Régimen francés, era de hábito establecer «mayo» o «árbol de mayo» en el honor de algún uno. El condado de Niza veía a muchachas y a muchachos «transferir mayo» al sonido de pífano y de tambor, es decir, los bailar los rondas de mayo alrededor del árbol de mayo establecido sobre el lugar del pueblo.
El Budismo celebra Wesak en la luna llena de este mes.
La noche de San Juan
Las fechas mencionadas son las típicas, pero puede ser que en un año determinado caiga un día antes o después, debido a las irregularidades del calendario gregoriano, como los años bisiestos.
En los antiguos mitos griegos a los solsticios se les llamaba “puertas” y, en parte, no les faltaba razón.
La “puerta de los hombres”, según estas creencias helénicas, correspondía al solsticio de verano (del 21 al 22 de junio) a diferencia de la “puerta de los dioses” del solsticio de invierno (del 21 al 22 de diciembre).
Tiempo habrá para hablar de este último solsticio y de todos los ritos que se asocian a la Navidad.
Ahora nos centraremos en la Noche de San Juan, una fecha en la que no faltan las leyendas fantásticas y aquí les relataremos algunas de ellas ya que son innumerables, pero todas ellas son unánimes al decir que es un período en el que se abren de par en par las invisibles puertas del “otro lado del espejo”: se permite el acceso a grutas, castillos y palacios encantados; se liberan de sus prisiones y ataduras las reinas moras, las princesas y las infantas cautivas merced a un embrujo, ensalmo o maldición; braman los cuélebres (dragones) y vuelan los “caballucos del diablo”; salen a dar un vespertino paseo a la luz de la Luna seres femeninos misteriosos en torno a sus infranqueables moradas; afloran enjambres de raros espíritus duendiles amparados en la oscuridad de la noche y en los matorrales; las gallinas y los polluelos de oro, haciendo ostentación de su áureo plumaje, tientan a algún que otro incauto codicioso a que les echen el guante; las mozas enamoradas sueñan y adivinan quién será el galán que las despose; las plantas venenosas pierden su dañina propiedad y, en cambio, las salutíferas centuplican sus virtudes; los tesoros se remueven en las entrañas de la Tierra y las losas que los ocultan dejan al descubierto parte del mismo para que algún pobre mortal deje de ser, al menos, pobre; el rocío cura ciento y una enfermedades y además hace más hermoso y joven a quien se embadurne todo el cuerpo; los helechos florecen al dar las doce campanadas…
En definitiva, la atmósfera se carga de un aliento sobrenatural que impregna cada lugar mágico del planeta y es el momento propicio para sentir escalofríos, estremecernos, ilusionarnos, alucinarnos y narrar a nuestros hijos, nietos o amigos toda clase de cuentos, anécdotas y chascarrillos sanjuaneros que nos sepamos.
¿POR QUÉ SAN JUAN BAUTISTA?
San Lucas narra en su Evangelio, que María, en los días siguientes a la Anunciación, fue a visitar a su prima Isabel cuando ésta se hallaba en el sexto mes de embarazo. Por lo tanto, fue fácil fijar la solemnidad del Bautista en el octavo mes de las candelas de junio, seis meses antes del nacimiento de Cristo. Desde entonces se señaló esta noche como la de San Juan, muy próxima al solsticio de verano que ha heredado una serie de prácticas, ritos, tradiciones y costumbres cuyos orígenes son inmemoriales en toda Europa y se han extendido por muchos pueblos de América. Lo paradójico del asunto es que el 24 de junio se celebra la fecha del nacimiento de San Juan el Bautista, que en realidad no debería festejarse porque el dies natalis de los santos siempre fue el de la muerte.
En el Evangelio de San Lucas se cuenta que su padre, el sacerdote Zacarías, había perdido la voz por dudar de que su mujer, Isabel, estuviera en cinta. Sin embargo en el momento de nacer San Juan la recuperó milagrosamente, como se lo había predicho el ángel Gabriel.
Rebosante de alegría, la tradición religiosa dice que encendió hogueras para anunciar a parientes y amigos la noticia. Cuando siglos después se cristianizó esta fiesta, la noche del 23 al 24 de junio se convirtió en una noche santa y sagrada, sin abandonar por eso su aura mágica
SOLSTICIO DE VERANO Y DE INVIERNO
Hay dos momentos del año en los que la distancia angular del Sol al ecuador celeste de la Tierra es máxima. Son los llamados solsticios. El de verano es el gran momento del curso solar y -a partir de ese punto- comienza a declinar. Antes de cristianizarse esta fiesta, los pueblos de Europa encendían hogueras en sus campos para ayudar al Sol en un acto simbólico con la finalidad de que “no perdiera fuerzas”. En su conciencia interna sabían que el fuego destruye lo malo y lo dañino. Posteriormente, el hombre seguía destruyendo los hechizos con fuego.
Se ha asociado esta festividad al solsticio de verano, pero esto tan solo es cierto para la mitad del mundo o, mejor dicho, para los habitantes que viven por encima del ecuador (en el hemisferio norte) ya que para los del sur el solsticio es el de invierno y si me apuran, ni tan siquiera para todos ellos pues esto de San Juan, al menos con este nombre, es patrimonio del mundo cristiano. Aunque no crean que en los países orientales, con ritos y creencias distintas, no se celebran estas fiestas (eso sí, con otros nombres a cual más variopinto) conservando en todas ellas la misma esencia: rendir un homenaje al Sol, que en ese día tiene un especial protagonismo: en el hemisferio norte es el días más largo y, por consiguiente, el poder de las tinieblas tiene su reinado más corto y en el hemisferio sur ocurre todo lo contrario. En cualquier caso al Sol se le ayuda para que no decrezca y mantenga todo su vigor.
Este simbolismo era compartido por pueblos distantes, separados por el océano Atlántico. Es el caso de los viejos incas en Perú. Los dos festivales primordiales del mundo incaico eran el Capac-Raymi (o Año Nuevo) que tenía lugar en diciembre y el que se celebraba cada 24 de junio, el Inti-Raymi (o la fiesta del Sol) en la impresionante explanada de Sacsahuamán, muy cerca de Cuzco. Justo en el momento de la salida del astro rey, el inca elevaba los brazos y exclamaba: “¡Oh, mi Sol! ¡Oh, mi Sol! Envíanos tu calor, que el frío desaparezca. ¡Oh, mi Sol!”
Este gran festival se sigue practicando y representando hoy en día para conmemorar la llegada del solsticio de invierno, con un claro tufillo turístico. Los habitantes de la zona se engalanan con sus mejores prendas al estilo de sus antepasados quechuas y recrean el rito inca tal y como se realizaba (más o menos) durante el apogeo del Tahuantinsuyo.
ORÍGENES PAGANOS
Ni que decir tiene que esta fiesta solsticial es muy anterior a la religión católica o mahometana. E incluso, dentro de las distintas prácticas religiosas, no se ha celebrado en la misma fecha.
Uno de los antecedentes que se puede buscar a esta festividad es la celebración celta del Beltaine, que se realizaba el primero de mayo. El nombre significaba “fuego de Bel” o “bello fuego” y era un festival anual en honor al dios Belenos. Durante el Beltaine se encendían hogueras que eran coronadas por los más arriesgados con largas pértigas. Después los druidas hacían pasar el ganado entre las llamas para purificarlo y defenderlo contra las enfermedades. A la vez, rogaban a los dioses que el año fuera fructífero y no dudaban en sacrificar algún animal para que sus plegarias fueran mejor atendidas.
Otra de las raíces de tan singular noche hay que buscarla en las fiestas griegas dedicadas al dios Apolo, que se celebraban en el solsticio de verano encendiendo grandes hogueras de carácter purificador. Los romanos, por su parte, dedicaron a la diosa de la guerra Minerva unas fiestas con fuegos y tenían la costumbre de saltar tres veces sobre las llamas. Ya entonces se atribuían propiedades medicinales a la hierbas recogidas en aquellos días.
Es curioso que entre los beréberes de África del norte (Marruecos y Argelia) se enciendan el 24 de junio, durante la fiesta llamada Ansara, hogueras que producen un denso humo considerado protector de los campos cultivados. A través del fuego se hacen pasar entonces los objetos y utensilios más importantes del hogar. Los beréberes las encienden en patios, caminos, campos y encrucijadas y queman plantas aromáticas.
Prácticamente ahuman todo, incluso los huertos y las mieses. Saltan siete veces sobre las brasas, pasean las ramas encendidas por el interior de las casas y hasta las acercan a los enfermos para purificar e inmunizar el entorno de todos los males.
Lo cierto es que esta costumbre beréber de celebrar el solsticio es preislámica porque se basa en el calendario solar, mientras que el musulmán es lunar.
El cristianismo fue experto en reciclar viejos cultos paganos. Lo que antaño se hizo en Baños de Cerrato (a unos cuantos kilómetros de Palencia) es uno de los muchos ejemplos que se pueden esgrimir al respecto. Ya en época romana existían en esta localidad unas fuentes o baños consagrados a las ninfas (hasta el punto de encontrarse un altar dedicado a ellas) cuyas aguas tenían propiedades curativas. El rey godo de Toledo, Recesvinto (siglo VII), llegó hasta aquí y gracias a sus aguas se curó de una enfermedad. Como por entonces ya se había convertido al cristianismo, mandó erigir un templo en acción de gracias y se buscó como patrono a un santo que tuviera algo que ver con las aguas, y todas las papeletas las tenía San Juan Bautista. Este es el origen da la famosa basílica visigótica de San Juan de Baños, en cuyo recinto se celebra la “misa en rito hispano-visigótico-mozárabe”, el domingo más cercano a San Juan, declarada de interés turístico.
SÚBITAS APARICIONES Y DESAPARICIONES
En algunas leyendas piadosas, hasta los santos aprovechan la víspera de este día para trasladarse milagrosamente a otra parte. Es el caso de “Santa Trahamunda”, una santa gallega de mirada melancólica, cuya imagen se puede ver en el Monasterio de Poio (Pontevedra) al lado de su supuesto sepulcro visigodo. Tiene una bonita historia de traslación milagrosa la víspera del día de San Juan, desde las mazmorras árabes de Córdoba a su monasterio.
Fuera de estas leyendas piadosas tan alejadas en el tiempo y en el espacio, y volviendo a nuestro mundo terrenal, encontramos otros casos de desapariciones bastante enigmáticas. En una de ellas un vecino de Collbató, cerca de Montserrat (Barcelona), desapareció en la noche de Sant Joan de 1975 cuando volvía de apagar un incendio forestal junto con unos amigos. Se hallaba en terrenos propiedad de Can Rogent, zona llana, fácil de andar y en la que es difícil extraviarse. No obstante, nunca más se supo de él, ni vivo ni muerto.
Puestos a hablar de desapariciones misteriosas, es preciso referirse a un curioso personaje cántabro llamado Francisco de la Vega Casar, más conocido como “el hombre-pez de Liérganes” (localidad donde hay un monumento en su memoria). Nació en 1628 y su temprana habilidad para la natación le sirvió para ser considerado el primer nadador de largas distancias de la Historia de España. Al parecer, tenía una extraña afección en la piel que le daba un aspecto escamado, razón por la cual sus paisanos, asombrados tanto por su aspecto como por su capacidad para nadar, le dieron el apodo de “el sireno” y extendieron el rumor de que era una especie de tritón.
Enviado por su padre a Bilbao para que aprendiese el oficio de carpintero, desapareció misteriosamente en la ría en la víspera de San Juan de 1673. Seis años después, en 1679, reapareció en la bahía de Cádiz cubierto de escamas y habiendo perdido la razón y el habla. Al regresar a su tierra vivió nueve años de modo extravagante, siempre iba descalzo y de vez en cuando pronunciaba las palabras “tabaco”, “pan” y “vino”. Se le tuvo por loco hasta que un día desapareció de nuevo en el mar sin dejar rastro y esta vez para siempre.
Son innumerables los rituales propios de la Noche de San Juan, que se conmemora la víspera del 24 de Junio, pero todos giran en torno a la glorificación del fuego. De hecho, este es el festival del fuego por excelencia. Para agradecer y al mismo tiempo para atraer la bendición del Sol sobre hombres, animales y campos, se encendían en esa noche grandes hogueras, tradición que ha perdurado hasta nuestros días. También se ha asociado esta festividad, desde siempre, con los rituales destinados a obtener pareja, o bien a conservar la que ya se tiene. En otras palabras, se la relaciona con la fertilidad y la fecundidad, amorosa y de todo tipo.
El video-documental exclusivo que acompaña estas líneas, ‘Fuego y Demonios en la Noche de San Juan’, y que pertenece a la serie ‘El Santuario’, exclusiva del Templo de la Luz Interior, es una pequeña pero a nuestro entender explícita muestra de cómo se celebra la Noche de San Juan (Nit de Sant Joan) en la isla mediterránea de Ibiza, en España. En algunos pueblos o localidades de la isla arden los nueve fuegos (’foguerons’) que saltan las personas o parejas para pedir salud, amor y fertilidad. En otras, se quema un viejo muñeco (’es jai’), que representa todo lo viejo y negativo. La fiesta se ve realizada, en muchas ocasiones, por la presencia de grupos de ‘diablos’ o ‘malos espíritus’, que en medio del estallido de cohetes y fuegos artificiales, bailan alrededor del fuego.
Realmente la noche del solsticio es la del 21 de Junio, aunque la Iglesia la ha adaptado a la festividad de San Juan en el calendario litúrgico, el 24 de junio. El apelativo de “verbena” a esta fiesta se lo dio la costumbre, practicada en muchos lugares por las jóvenes casaderas, de ir a recoger verbena a las doce de la noche en la víspera de San Juan, creyendo que con ello conseguirían el amor del hombre deseado por su corazón. Otra de la creencias era que la pareja que saltaba unida la hoguera conseguía felicidad y buena fortuna. Algunas personas se introducen también entre las olas del mar, comulgando por un corto tiempo con el agua y recibiendo de ella toda su fuerza, ya que el agua, junto con el fuego, es otro elemento
imprescindible de esta fiesta.
Los antiguos celtas llamaban Alban Heruin a este festival y su principal significado era el de celebrar el instante en el que el Sol se hallaba en su máximo esplendor, cuando duraba más tiempo en el cielo y mostraba su máximo poder a los hombres; y al mismo tiempo, el día en que empezaba a decrecer hasta llegar al Solsticio de Invierno. Entre los antecedentes paganos de esta festividad se encuentra la celebración celta del Beltaine ( “fuego de Bel”), que se realizaba el primero de mayo y era un festival anual en honor al dios Belenos. Los druidas hacían pasar el ganado entre las llamas para purificarlo y defenderlo contra las enfermedades y rogaban a los dioses que el año fuera fructífero y solían sacrificar algún animal, para que sus plegarias fueran mejor atendidas. Asimismo, las fiestas griegas dedicadas al dios Apolo (el Sol), se celebraban en el solsticio de verano, encendiéndose grandes hogueras de carácter purificador. Los romanos, por su parte, dedicaron también a la diosa de la guerra Minerva unas fiestas con fuegos y tenían la costumbre de saltar tres veces sobre las llamas.

Doncella * Madre * Anciana
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